Reproduzimos de forma quase integral o texto (em espanhol) presente no blog http://unionccp.wordpress.com/
Los Derechos Humanos como Espejismo Burgués
Este trabajo tiene el propósito de hacer una
crítica a las bases ideológicas y políticas de los llamados “nuevos movimientos
sociales”, que están proliferando en el panorama político español e
internacional, muestra del evidente desprestigio de los partidos y sindicatos
que gestionan el poder político de la burguesía. Nos referimos a los distintas
plataformas o Foros cívicos o ciudadanos que surgen por doquier, y según
confiesan, tienen el objetivo de defender la Democracia con mayúscula frente a
la tiranía y la opacidad de la “clase política” a través de una legítima
oposición pacífica al poder corrupto que somete la voluntad de la “mayoría ciudadana”
a los intereses de una minoría depredadora.
1) Los nuevos
cachorros de la democracia burguesa
Vamos a proceder siguiendo el método que marca la
investigación científica: empezando por la manifestación del movimiento de la
materia para producir mediante el pensamiento el conocimiento de la realidad o,
al menos, parte de ella.
La propia crisis económica y su desarrollo, unido a
la corrupción económica generalizada, actúan sobre la conciencia de la clase
obrera y parte de la pequeña burguesía, explotadora o amancebada, de manera que
están favoreciendo una corriente ideológica que pone en cuestión la naturaleza
y el carácter de los mecanismos democráticos burgueses debido al divorcio entre
su función abstracta (favorecer la libertad de los individuos a través de la
participación social y la armonización de los intereses entre las distintas
clases sociales mediante la redistribución de la riqueza) y su función concreta
(legitimar el sometimiento de la clase obrera a los intereses de la burguesía,
propietaria de los medios de producción). Esto ocurre, hasta cierto punto,
puesto que esta manifestación no va más allá de la visualización de este
divorcio ya que no penetra en las causas económicas que hacen “legítima” la
división en clases de la sociedad, ya que desde el punto de vista legal así se
recoge en el ordenamiento jurídico.
Es un hecho palpable, que las instituciones
burguesas están perdiendo prestigio entre las masas trabajadoras en la medida
que se hacen patentes los efectos de la crisis económica. Así mismo, la
política institucional burguesa cada vez cuenta con menos apoyo entre las masas
al extenderse la corrupción dentro de los partidos que apuntalan el sistema
político burgués en connivencia con las empresas privadas participantes del
negocio público (llamativos son, por lo publicitado, los casos Gurtel,
Bárcenas, o los ERE en Andalucía) como medio de financiación y enriquecimiento
de las estructuras y de dirigentes de los principales partidos del sistema.
Insistimos, ello no implica que el sistema
económico y político de la burguesía esté abocado a un inminente colapso, ni
que el actual ambiente de desconfianza social hacia las instituciones burguesas
y sus aparatos político-burocráticos trabaje a favor de una crisis social. No
pensamos que el sistema capitalista está a punto de inmolarse. Ello sólo puede
ocurrir si existiera una organización política y un sistema ideológico
revolucionarios estrechamente ligados a los intereses de las masas trabajadoras
y enraizados los movimientos sociales y que pusiera en cuestión los cimientos
de la sociedad burguesa en la dirección de destruir las relaciones sociales
capitalistas.
[...]
Ciertos sectores sociales se impacientan ante el
agravamiento de su situación material y plantean luchar contra los efectos de
la crisis, viendo exclusivamente su problemática concreta. Esta lucha
espontaneísta y parcializada, al no estar ligada a la finalidad histórica del
proletariado, aísla cada lucha de las demás sometiéndolas al desgaste del
propio movimiento, actuando como una losa sobre los participantes: cada
movimiento aborda sus reivindicaciones sin atender a la problemática del
conjunto, pensando que es un asunto de cada cual. La conciencia social
influenciada por la ideología dominante tiende a luchar contra la crisis
actuando sobre sus efectos, como si fuera una desgracia natural que se puede
remediar con medidas que contribuyan a la salida de la crisis, recurriendo a la
buena voluntad y al empeño del gobierno de turno.
Si frente a esta ideología dominante, no se posee
un sistema ideológico alternativo que represente a los intereses de las masas
explotadas y se sustente en una concepción materialista y dialéctica del
desarrollo de la sociedad, no se puede comprender que la crisis económica
capitalista existirá mientras existan las relaciones capitalistas de
producción, mientras exista la producción de plusvalía y el trabajo asalariado
dependiente del capital. No se puede llegar a entender que la crisis económica
capitalista es, por un lado, la manifestación necesaria del funcionamiento
dialéctico del capital, es decir, de la contradicción antagónica que se
desarrolla en el capital entre el carácter social de la producción, expresado
como desarrollo de las fuerzas productivas, y de la apropiación privada de la
riqueza creada, expresada como acumulación de capital que tiende a destruir
fuerzas productivas, debido al carácter privado de las relaciones capitalistas
de producción. Es, por otro lado, condición necesaria del funcionamiento
dialéctico del capital, esto es, la forma social concreta en que se desenvuelve
esta contradicción que hemos señalado anteriormente. Por eso cada crisis
económica no es un fin en sí mismo, sino una etapa en el desenvolvimiento y
desarrollo general del capital (depurarse y reestructurarse sobre una nueva base),
una etapa en el ciclo de existencia y reproducción del capital. Querer eliminar
las crisis económicas en el capitalismo es como querer eliminar la luz en el
sistema solar, es simplemente ¡Imposible!. Por contra, concebir la crisis
económica desde el punto de vista de condición necesaria del funcionamiento
dialéctico del capital es percibir acertadamente que el capitalismo tiene
capacidad económica para superarla, lo cual implica que su destrucción no
deviene por un colapso interno, de un derrumbamiento de sus propios mecanismos,
sino que tiene que venir de la existencia y empuje de una fuerza externa a
su estructura, de la lucha de clases que tiene que ejercer el
proletariado para superar el capitalismo como organización social caduca en la
actual situación histórica.
Lo mismo ocurre con la corrupción económica, ya que
no puede ser comprendida por el mero hecho de existir de una manera cruda y
sangrante. La corrupción económica no es un fenómeno genuino del capitalismo,
puesto que también se da en otros modos de producción, como así ha ocurrido en
el socialismo. La corrupción económica, esto es, recibir prebendas de
particulares o apoderarse de bienes de la colectividad por los servicios
prestados, no puede eliminarse o mitigarse con simples medidas jurídicas,
puesto que ello depende del poder de la sociedad ejercida por una casta de
dirigentes separada de todo control de las masas trabajadoras: ello está claro
en el capitalismo, el poder está en manos de la burguesía por la división
social de la producción y es delegado por esa clase en unos gestores para que
administren la sociedad en su nombre e intereses de clase, dando la oportunidad
a esos gestores para corromperse por los servicios prestados.
En el socialismo esto no está tan claro, pues
aunque aparentemente el poder está en manos del proletariado, en gran medida y
hasta el desarrollo pleno de las relaciones socialistas de producción, una
corte de burócratas, técnicos y oportunistas son los que detentan los medios de
producción, las riendas del Estado y el poder social efectivo. Si a esta casta
no se le controla socialmente, es decir, no se le somete al control político de
las masas, a la dirección económica de las relaciones de producción y a la
dirección del proceso socialista hacia el comunismo, la corrupción estará
servida.
Estos dos fenómenos sociales, crisis económica y
corrupción económica generalizadas están despertando entre las masas obreras
una corriente de repudio hacia los partidos parlamentarios, con más rechazo a
los partidos de mayor protagonismo de gobierno pues no dan alternativa a sus
reivindicaciones económicas y a su concepción democrática de participación
dominada por el concepto burgués de igualdad de oportunidades. Este rechazo va
tomando cuerpo mediante la articulación de un proyecto político heterogéneo que
recoge estas aspiraciones preñadas de ideología burguesa, aunque formalmente
equidistante de los grandes partidos y sindicatos oficiales del sistema. Y esto
ocurre así por dos razones: el movimiento económico está desplazando parte de
los intereses políticos hacia fuera de la estructura del sistema tradicional al
no estar representados esos intereses en el momento actual. Este desplazamiento
político se articula en estructuras “nuevas” desde el punto de vista
organizativo pero se integra política e ideológicamente en el sistema por la
influencia que ejerce sobre sus dirigentes y sus representantes de marcada
ideología burguesa, su seña de identidad es el democratismo burgués y su odio
hacia toda noción comunista e ideología marxista. La otra razón es la
inexistencia de un movimiento comunista.
Ciertos dirigentes ligados a la intelectualidad, a
la pequeña burguesía explotadora y al revisionismo patrio trabajan para
articular un proyecto político que sea lo suficientemente atractivo con el que
ganarse la simpatía y confianza de amplias masas “ciudadanas” con el objeto de
conseguir sus votos en las próximas elecciones generales, autonómicas o
locales. Se pretende construir un Frente Electoral para competir con los
partidos tradicionales, a los que consideran parte del problema, no de la
solución. Estos dirigentes y sus proyectos políticos y sociales no cuestionan
el sistema económico y político, a lo sumo persiguen un timorato cambio de modelo
productivo y de sus opacas formas de actuación institucional, que
proponen erradicar por medio de una regeneración democrática, que ellos
impulsarán con el apoyo de la “ciudadanía” indignada.
Los distintos representantes de estas plataformas
apuestan por un programa regenerador y democrático, que ya está elaborado,
simplemente basta aplicarlo: son los Derechos Humanos, preceptos
universales pisoteados por los gobiernos nacionales a instancia de los
organismos internacionales que actúan a las órdenes de las redes tejidas por
las multinacionales. Como dicen, nacen para defender y limpiar los canales
tradicionales de la vieja democracia burguesa, instituciones que consideran
válidas pues representan la soberanía popular, aunque viciadas por una ley
electoral arcaica que impide la igualdad de oportunidades y la ventilación de
los filtros democráticos, y permitiendo así la corrupción de los partidos
elegidos democráticamente.
Como podemos observar es el viejo proyecto de la
burguesía progresista que se enfrenta al sistema feudal, la idealización y
filantropía de la burguesía emprendedora que considera al ciudadano burgués
como el centro de la acción política social y a la democracia como el
instrumento para conseguir la participación ciudadana en pos de la
redistribución de la riqueza, eso sí, dejando a un lado intacto, las
condiciones y leyes de la producción, cambio y distribución burguesas, que como
todos sabemos se rigen por la explotación del trabajo asalariado. Desde aquí,
les decimos a dichas asociaciones que en esa línea, la tarea resulta harto
difícil, que, puesto que no se piensa en transformar la sociedad sino en
hacerla “más equitativa” dentro de los cauces capitalistas, sus propuestas
pueden contar con el beneplácito y la simpatía de la burguesía emprendedora, la
pequeña burguesía y la aristocracia obrera, que sus concepciones de la vida son
tan mezquinas como las de la mediana y gran burguesía, por más que lleguen al
auto-convencimiento de que la igualdad es posible en el capitalismo. Que
incluso es posible por la buena voluntad de los gobernantes, si así se lo
proponen. ¡Cuánto daño han hecho estas palabras, cuantos muertos ha causado por
no tener en cuenta los fundamentos materiales de la realidad histórica y de la
lucha de clases!
¡Cuán ingenuos los promotores de estas asociaciones
y qué candorosa forma de concebir las relaciones sociales! Algunos de ellos
viejos desertores de la lucha del proletariado por su emancipación, que se
reconvierten, a la vejez, en agentes de la burguesía para dar credibilidad
moral a sus pretensiones de defensa del una idealizada “democracia real” que
ven amenazada por la corrupción generalizada del “capitalismo salvaje” y
“especulativo”, convertido en verdadero azote de la Humanidad, mientras anhelan
retornar al capitalismo “productivo” y “civilizado” del estado del bienestar,
reformado sobre una base moral, todo ello sin comprender cómo opera realmente
la sociedad burguesa, y por qué sus leyes se imponen inexorablemente a los
personas sin que puedan sustraerse a ellas individual o colectivamente, por
mucho que lo deseen.
2) Los Derechos Humanos son un sistema moral que
brota de las condiciones de producción burguesa
Pero dejemos, por ahora, esta crítica a los
animadores de dichas iniciativas y centrémonos en su programa electoral. La
declaración universal de los Derechos Humanos está construida sobre unos
valores eternos y universales, ajenos al tiempo y al espacio que los hicieron
nacer, puesto que pervivirán a todas las etapas históricas y sociales del ser
humano. Está elaborado, por tanto, a modo de un pensamiento esquemático que
envuelve a toda relación social, que la considera deudora de ella (al revés de
como ocurre en la realidad social, es decidir, las ideas y conceptos que nos
hacemos de las cosas es un reflejo de las condiciones de producción).
Lo cierto es que se suscribió a mediados del siglo
XX por la Asamblea General de la ONU, lo que nos indica que fue elaborada
después de que el capitalismo se hubiese desarrollado hasta su fase
imperialista y que las revoluciones socialistas de la URSS y China se hubieran
realizado como forma de destruir el capitalismo. Está escrito a modo de un gran
sistema moral, articulado sobre la base de un principio universal de justicia
que defiende y justifica la existencia y pervivencia del capitalismo e intenta
contrarrestar el empuje de las ideas comunistas que proclaman la eliminación de
las clases sociales.
La Declaración de la Derechos Humanos como sistema
moral y político universal descansa sobre tres principios fundamentales del
pensamiento burgués: libertad, justicia y paz. Decimos burgués porque, como
todos sabemos, tales principios no son inmutables e imperecederos sino que cada
sociedad los adapta a sus condiciones de existencia con la finalidad de que los
individuos se comporten de acuerdo al rol que realizan, ejecutando y
reproduciendo sus funciones en el contexto de la clase a la que pertenece desde
el punto de vista económico, es decir, que asuma su función social como lógica
y legítima. A continuación veremos el contenido que le otorga la Declaración de
los Derechos Humanos a los principios y derechos en correspondencia con las
condiciones de producción que le preceden, por más que éstas se oculten en el juego
de palabras plasmadas sobre un papel.
A la pregunta de ¿qué es una verdad eterna? la
respuesta es muy concreta, por más que se complica innecesariamente de manera
interesada: pues la que sirve para toda condición social e histórica,
abstrayéndose y situándose por encima de las mismas.
Pertenece al mundo del pensamiento moral y del
derecho que lo acompaña, los cuales conforman el mundo natural y social. Para
los defensores de esta manera de razonar hay dos mundos bien separados: el
lógico, situado en el pensamiento, creador de las verdades, y el sensible,
situado en el exterior, lugar en donde se desenvuelves las cosas del mundo
sensible.
El primero, el del pensamiento, tiene sus propios
principios que aparecen como verdades eternas e imperecederas pues se rige por
el criterio de la razón. A este mundo pertenece tanto la ciencia como la moral
y el derecho, ya que no están sometidos al caos de la realidad sensible ni a la
confusión que pueda derivar el azar. El pensamiento burgués interpreta que la
realidad es una copia del concepto, al que considera superior; por eso, le da
el carácter de soberanía al pensamiento sobre la realidad material, cuando se
trata de lo contrario, es decir, la producción del pensamiento parte de la
realidad material para determinar el contenido de su producción, determinando
que es un reflejo más o menos científico de la realidad en la medida que
comprenda y reproduzca en el pensamiento las condiciones y el desarrollo de la
realidad a través de sus contradicciones internas. De lo contrario, la realidad
sería una marioneta del pensamiento, que se acomodaría a su arbitrariedad e
interés de las personas que ejercen su pensamiento.
En el sentido materialista de concebir la relación
entre el ser y el pensamiento está la clave para comprender que las verdades
están sujetas a la realidad y a su desarrollo histórico-natural, es decir, a la
producción social y a la lucha de clases que de ello se deriva. ¿Es una verdad
eterna e inmutable que la moral sobre el matrimonio sea la unión entre el
hombre y la mujer? No, en todo caso se tendría que decir que es una verdad
eterna para la reproducción, pero nada más, aunque ello queda obsoleto con el
avance de la ciencia y su aplicación práctica, cuando descubre que la
reproducción no está sujeta al estado moral del matrimonio, pues se puede
procrear a través de la reproducción asistida. ¿Es otra verdad eterna e
inmutable que dice que toda producción material es mercancía como sostiene el
derecho laboral? No, en todo caso se tendría que decir que para que ello sea
eterno se tendría que producir eternamente para el cambio, pues cuando no sea
así la mercancía y, con ello el valor, dejará de existir. Existirá valor de
uso, pero no valor.
Las verdades de la moral y del derecho son como
todas las verdades, relativas y ajustadas al desarrollo de la realidad que le
da contenido. Afirmamos que toda teoría moral es fruto de las condiciones de
producción en que se desarrolla y, por tanto, no es única sino diversa, tanto
como clases sociales hay presentes en la lucha entre ellas.
Los principios
La libertad
Engels, en su Anti-Dühring, señala que Hegel
fue el primero que definió correctamente la libertad, al definirla como la
comprensión de la necesidad. Ejercer la libertad es actuar conforme a las leyes
de la naturaleza y de la sociedad de acuerdo a ciertos fines determinados. [Lembrando
que Mao reformula tal poição em 1964: “Engels habló de la necesidad de trasladarse del
reino de la necesidad al de la libertad, y dijo que la libertad es el
reconocimiento de la necesidad. Esta frase no está completa, solamente dice la
mitad y deja lo demás sin decir. ¿basta sólo comprender para ser libre? La
libertad es la comprensión de la necesidad y la transformación de la necesidad.
Hay que hacer algo de esfuerzo...”] La libertad, determinada por el conocimiento de la
realidad, es un producto del desarrollo histórico y, por tanto, en las
sociedades divididas en clases y de la lucha entre ellas, en el sentido que no
es un principio absoluto, eterno e intemporal, sino concreto, dependiendo de
los intereses y finalidad de cada clase en cuanto a su lugar en la estructura
social de cada época histórica. En este sentido la libertad de la burguesía no
tiene nada en común con la libertad del proletariado, aunque el código civil
los asimila no en cuanto a su finalidad sino en cuanto a sus distintas
funciones en la relación social. Lo que se deriva de ella es otra cosa en
cuanto en la libertad.
La libertad económica burguesa consiste en la libre
voluntad de acuerdo a los fines de la relación capitalista: la compra y venta
de la fuerza de trabajo, la compra y venta de mercancías, etc.
La libertad política burguesa es la de la libre
voluntad de acuerdo a los fines de la relación burguesa: la sociedad es el
conjunto de los individuos que se organizan de acuerdo a preservar el bien
común: la propiedad privada capitalista como origen de la prosperidad
capitalista y la voluntad popular capitalista como origen del sometimiento de
la minoría a la mayoría por medio del sufragio universal.
Así pues, en el concepto burgués de libertad no
tiene cabida el conocimiento de la realidad en que se debe apoyar la libertad
sino en el sometimiento de la voluntad a las leyes de la sociedad que dan carta
de legalidad a la voluntad de explotar y oprimir. Esto es lo que sanciona con
gran pompa la Declaración de los Derechos Humanos.
La justicia
La justicia busca que se cumpla la igualdad entre
los seres humanos, que son iguales en tanto que humanos, unas voluntades que
persiguen el mismo objetivo: la felicidad. La igualdad entre los seres humanos
reside en la finalidad que se persigue de acuerdo a la voluntad que es
soberana: ser feliz, lo cual es muy loable pero encuentra impedimentos para que
se realice: por la sencilla razón que no todos pueden ser felices porque no
todos son iguales. Unos son altos y otros bajos, unos jóvenes y otros viejos,
unos listos y otros no tanto, unos laboriosos y otros menos, unos ricos y otros
pobres, etc. La igualdad, en este sentido, es un resultado y no un presupuesto.
La justicia intenta subsanar esta desigualdad al
aplicar la ley. Con ello se borra todo tipo de injusticia que pueda existir por
la acción desigual de las personas ¿Pero de quién proviene la justicia? No
puede ser de las personas, que son desiguales, sino de algo superior a ellas:
del Estado, que aplicando la ley establece la igualdad de la desigualdad. Pero
la ley no hace sino juzgar y sancionar lo que se da en la realidad social,
remedia sus conflictos y establece la relación de fuerzas sobre la base de la
interpretación de la ley sin juzgar la naturaleza y condiciones de la relación
social, de la cual la ley es uno de sus productos. El capitalista cumple la ley
pagando el valor de la fuerza de trabajo, el proletario cumple la ley
trabajando las horas convenidas por convenio a pleno rendimiento. Si alguna de
las dos partes no cumple lo estipulado se rompe la igualdad legal que la
ley sanciona.
El revisionismo da un paso al frente reclamando la
igualdad social, que repara la desigualdad a través de la redistribución de
la riqueza creada pero sin eliminar la relación social. Dicen: eliminemos los
privilegios de clase pero sin eliminar las clases sociales, que es lo que el
proletariado persigue: eliminar la desigualdad social, es decir, la propiedad
privada capitalista y el trabajo asalariado asimilado a ella.
La paz
La paz es considerada por la ONU como la categoría
suprema de la Declaración de los Derechos Humanos, a la que consagra su
existencia. Y es así porque interpretan que el ser humano y los distintos
pueblos que conforman la sociedad humana tienden a ello por un sentido natural
de supervivencia. Es paradójico que así se piense, cuando el régimen social de
producción, sobre el que está edificada la estructura de las Naciones Unidas,
tiende de manera “natural” hacia la guerra por la propia evolución y desarrollo
del régimen capitalista de producción, adoptándola como modo de resolver los
conflictos entre los distintos Estados y las distintas clases en oposición. ¿No
será que su existencia se debe más a someter a los distintos polos en lucha al
interés general de funcionamiento del capital como sistema dominante a nivel
internacional, que a crear un clima de entendimiento que favorece los distintos
intereses en disputa?
La cosa está clara pues la existencia y dominio de
las relaciones capitalistas de producción conllevan, en su desarrollo, los
conflictos bélicos. Es la forma que tienen los capitales, de resolver, en
última instancia, sus contradicciones para frenar la tendencia decreciente de
la cuota de ganancia.
También queda claro cómo pretenden infundir entre
las masas explotadas la creencia en el pacifismo y la mansedumbre como
condición natural de existencia de cualquier tipo de sociedad, inclusive las
sociedades divididas en clases, cuando lo que realmente persigue es debilitar
la posición ideológica del proletariado de que la guerra contra el capitalismo
y la consiguiente eliminación de las clases sociales, es la forma legítima que
adquiere la contradicción cuando la lucha de clases llega a su punto álgido.
Los derechos
Hemos dejado atrás los principios en donde
descansan los Derechos Humanos para abordar a continuación los derechos
que de ellos se derivan. Estos derechos están divididos en dos clases: los
individuales, los relativos a su exclusiva persona, y los sociales, los
relativos a las relaciones del individuo con los demás. Tanto unos como otros
están en consonancia con el régimen capitalista de producción, en su versión
democrática burguesa, que es la forma considerada como la más estable y
productiva para la clase dominante puesto que está regida por la paz social que
establecen voluntariamente los individuos a través de las organizaciones que
aceptan el marco constitucional.
Estos derechos se desgajan, como hemos apuntado, de
los principios ya analizado anteriormente, fundamentos racionales y universales
de la sociedad capitalista. Debemos señalar que el capitalismo como régimen de
producción está interesado en mantener una fuerza de trabajo en buenas
condiciones físicas, psíquicas y económicas para que rinda a satisfacción de
los intereses del capital (produciendo trabajo excedente) y satisfaga sus
necesidades sociales mediante la compra de las mercancías producidas por el
capital (realice su función de consumidor). No es lo mismo un obrero con
capacidad adquisitiva que arruinado, con un salario que apenas puede adquirir
la estrictamente necesario para reproducirse. No es lo mismo un obrero sano,
con vivienda, tiempo libre y formado, que una fuerza de trabajo malnutrida y
con poca resistencia física o con problemas psiquicos para trabajar a pleno
rendimiento.
Pero esto entra en contradicción con las reglas que
establece la acumulación de capital, que tiende a empobrecer la vida de la
clase obrera por la necesidad del aumento de la cuota de plusvalía, con lo que
disminuye el salario individual y social. En esta tendencia se mueve el precio
de la fuerza de trabajo que negocian la patronal y los sindicatos para
imponérselas de manera generalizada a los trabajadores (salario base,
convenios, etc.) Las condiciones generales ideales se truecan en su contrario,
condiciones deplorables, por el carácter capitalista de la producción que es lo
que en última instancia determina la marcha de las condiciones de la
producción.
Veamos detalladamente estos derechos…
Derechos individuales:
El derecho a la vida.
¿Cómo la vida va a ser un derecho si es la forma de
existencia de la materia? (su movimiento). ¡valiente tontería! De una
tautología se quiere derivar una verdad absoluta. Ello se puede considerar un
derecho. Si se está pensando en los no nacidos, es decir, el derecho de estos
por nacer sin interferencia de nadie: condena explícita al aborto. De otra
manera es una tautología porque la vida consiste inevitablemente en vivirla, en
el caso del ser humano, en desarrollar las condiciones físicas y psíquicas de
que se compone la vida hasta que cesa. Sin reproducción de la fuerza de trabajo
no hay producción y, por tanto, explotación, es decir, la forma económica
típica de las sociedades divididas en clases.
Para la burguesía el derecho a la vida transmite el
derecho a ejercerla en libertad ¿De qué libertad se habla? Se es libre cuanto
se actúa de acuerdo a ley. Según esta concepción, el criterio de la libertad lo
establece la ley (más concretamente el consenso social que es la que le da
legitimidad a la ley) y como la ley es ciega, también lo es la libertad. Para
el materialismo dialéctico la ley no tiene nada que ver con la libertad, que
está relacionada con la necesidad, pues son dos cosas, incluso opuestas: la ley
pertenece a la esfera del comportamiento social a priori, determinado por la
legalidad, y la libertad pertenece a la esfera del comportamiento social a
posteriori, determinado por el conocimiento de la realidad, es decir, por el
conocimiento de la materia y la actividad del ser humano por comprenderla y
transformarla.
Para la burguesía el derecho a la vida implica el
derecho a casarse y fundar una familia, es decir, al núcleo burgués de
reproducción de la fuerza de trabajo. Sin la familia burguesa sería imposible
la reproducción burguesa, como hemos dicho anteriormente.
El derecho a la propiedad
Este derecho es el central de la Declaración, pues
de ello se deriva la organización de la sociedad y el papel de los individuos
en ella. La Declaración no es rigurosa con los conceptos que emplean, pues lo
que trata es de ocultar su contenido real sustituyéndolo por generalidades que
no aclaran nada o que se sitúan en la idea vulgar que se tienen de ellos.
Tal como está recogido este derecho es otra
tautología, puesto que la propiedad conseguida mediante el esfuerzo propio, con
el propio trabajo a cada uno le pertenece. Eso lo saben hasta los niños de teta
y los que así se comportan: esto es mío, luego me pertenece. Pero en realidad
lo que trata de decir es que la propiedad privada capitalista es un derecho.
La propiedad hay que analizarla desde dos puntos de
vista: desde lo jurídico y desde lo económico. Desde lo jurídico es la
capacidad para disponer sobre una cosa para su uso y consumo personal. Desde lo
económico es la capacidad para disponer de una cosa para su uso y consumo económico.
Esta última capacidad de disponer de la cosa viene determinada por la relación
social de que pueda ser usada a través de la compra y venta de medios de
producción como medio de producir riqueza: capacidad para explotar fuerza de
trabajo. En la propiedad capitalista la capacidad económica es lo determinante
puesto que es la que permite producir plusvalía y acumular capital para la
compra de fuerza de trabajo, planificación del proceso de producción y
apropiación de la plusvalía, que lo jurídico sanciona como legal. La propiedad
capitalista es la capacidad para explotar fuerza de trabajo ajena, que es lo
que verdaderamente está sancionado legalmente como un derecho.
El derecho a la libre circulación de personas
La libre circulación no es un derecho, sino una
necesidad del régimen capitalista de producción porque promueve el
desplazamiento tanto de mercancías, de capitales, como de fuerza de trabajo
para satisfacer las necesidades de la producción en los centros, sectores y
naciones que así lo demanden. Con respecto a la fuerza de trabajo es conocido
que se promueven grandes desplazamientos a través de las migraciones,
contrayéndose o dilatándose la demanda dependiendo del desarrollo de la
economía.
El derecho al trabajo
Tampoco es cierto puesto que la ocupación
productiva de la fuerza de trabajo es una necesidad del capital. También
sabemos que es la manera como se produce la plusvalía en el capitalismo:
explotando fuerza de trabajo. La ocupación de la fuerza de trabajo depende de
la marcha de la economía pues debido al carácter capitalista de la producción,
la ocupación está determinada por su rentabilidad en cuanto tiene que crear
para su reproducción además del excedente que se apropia el capitalista
gratuitamente.
El derecho a la salud y a la educación
La educación y sanidad tampoco son un derecho sino
una necesidad de la producción debido a que el proceso productivo necesita
planificar las condiciones óptimas para que la fuerza de trabajo esté apta para
producir más y en las mejores condiciones. Necesita una formación mínima y unas
condiciones sanitarias favorables por la complejidad del proceso productivo
capitalista, que no se puede parar debido a circunstancias ajenas a la
producción.
Derechos colectivos:
El derecho a la libertad de pensamiento
El derecho a la libertad de expresión
El derecho a la libertad de reunión y manifestación
El derecho a elegir a sus representantes
Todos los derechos colectivos están enmarcados en
el desarrollo del concepto de libertad individual que hemos expuesto
anteriormente, tomando cuerpo como libertades democráticas. Estos derechos
tratan de regular los múltiples derechos individuales y de clases en una
finalidad común: el progreso social, eufemismo que esconde su la verdadera
intención, la acumulación de capital.
Estas libertades colectivas crean la sensación de
democracia, proyecta sobre la conciencia social de que en realidad todos somos
iguales pues tenemos la oportunidad de expresar nuestra opinión y conformar
mediante el sufragio universal la dirección de la sociedad, expresión de la
soberanía popular.
A través de las categorías y prácticas democráticas
es cómo la burguesía va imponiendo y legitimando su poder político y su
proyecto de sociedad como el de todos, ya que va dando sentido de normalidad y
universalidad a las prácticas sociales, las mismas que reproducen las funciones
y roles que le destina a cada clase social el régimen de producción.
El derecho a manifestación, reunión y elección
están sujetas a las normas y leyes del ordenamiento jurídico que reconocen la
lucha por la defensa de los intereses individuales pero para reclamar reformas o
mejoras del sistema, nunca para ponerlo en cuestión y menos para sustituirlo.
A tenor de los hechos, está meridianamente claro
que estos nuevos-viejos demócratas reconvertidos, radicales en cuanto a su
forma pero conservadores en su contenido, no tienen otra misión que limpiar los
desagües del sistema democrático burgués para darle más lustre, carta de
legitimidad al sistema de producción capitalista al introducir pequeños
retoques como la concepción democrático-cristiana (intercambio justo) en los
procesos de producción.
Es una versión humanista del sistema capitalista,
con sus buenos y malos, considerando las relaciones mercantiles como
dependientes de la voluntad de los individuos, y de un Estado que funciona como
instrumento de redistribución de la riqueza creada (revisionismo). Esta
corriente tiene abonado el terreno para ganar adeptos, tanto por la parte del
electorado que apoya a los partidos tradicionales de “derechas” e “izquierdas”,
hastiados del comportamiento de éstos entregados al no disimulado reparto del
botín que le ofrece el sistema parlamentario como pago al mantenimiento de la
sociedad capitalista, como asi ocurre con algunas organizaciones marxistas que
no cuentan con presencia ideológica y política en el terreno de la lucha de
clases.
Resulta absurdo dedicarse a buscar atajos pensando
que la revolución vendrá por sí sola, que caerá como una breva madura, cuando
las masas no aguanten más su penosa situación, y no tendrán más remedio que
abrazar la dirección política redentora, o bien imaginar que mediante un proceso
natural de la evolución social, por la acción democrática de los “ciudadanos”
se irá modulando el proceso que producirá el cambio.
Abrigar tales esperanzas no es comprender el
desarrollo histórico basado en la división en clases de la sociedad, donde
todas las revoluciones sociales que se han producido, se debieron, sin ninguna
duda, a la acción consciente de las fuerzas que las impulsaron, incluyendo la
acción armada para desplazar las antiguas fuerzas en que descansa el viejo
orden nacido de las condiciones de la producción material.
El momento actual está situado en la etapa de
dominio de la burguesía sobre el proletariado en todos los terrenos, debido a
la marcada debilidad política de los comunistas, fruto de sus propias
contradicciones internas, las cuales deben ser estudiadas con detenimiento,
especialmente en lo que respecta a la influencia que el reformismo y el
revisionismo ejerce sobre las masas obreras. Lo cierto es que la ideología
comunista no tiene una presencia activa en la lucha de clases, sino que está
reducida a núcleos dispersos que se reclaman partidarios de la revolución
proletaria. Estos núcleos trabajan con grandes dificultades para asimilar en
profundidad la teoría marxista y su papel en la lucha de clases desde los
intereses del proletariado, haciendo labores de propaganda e intentando
articular un proyecto revolucionario entre ellos. Ante tal cúmulo de tareas, la
de construir un nuevo partido revolucionario puede parecer para algunos un
asunto sin excesiva urgencia, motivado, entre otro, por la debilidad de las
fuerzas, pero es sin embargo una necesidad objetiva, imprescindible para poder
avanzar en la lucha por la revolución socialista. Hay que comprender que esta
tarea no es un hecho puntual sino resultado de un proceso que debe cubrir toda
una etapa histórica, la primera etapa de la lucha hacia el comunismo.