segunda-feira, 25 de novembro de 2013

Los Derechos Humanos como Espejismo Burgués



Reproduzimos de forma quase integral o texto (em espanhol) presente no blog http://unionccp.wordpress.com/



Los Derechos Humanos como Espejismo Burgués

Este trabajo tiene el propósito de hacer una crítica a las bases ideológicas y políticas de los llamados “nuevos movimientos sociales”, que están proliferando en el panorama político español e internacional, muestra del evidente desprestigio de los partidos y sindicatos que gestionan el poder político de la burguesía. Nos referimos a los distintas plataformas o Foros cívicos o ciudadanos que surgen por doquier, y según confiesan, tienen el objetivo de defender la Democracia con mayúscula frente a la tiranía y la opacidad de la “clase política” a través de una legítima oposición pacífica al poder corrupto que somete la voluntad de la “mayoría ciudadana” a los intereses de una minoría depredadora.

1)      Los nuevos cachorros de la democracia burguesa
Vamos a proceder siguiendo el método que marca la investigación científica: empezando por la manifestación del movimiento de la materia para producir mediante el pensamiento el conocimiento de la realidad o, al menos, parte de ella.
La propia crisis económica y su desarrollo, unido a la corrupción económica generalizada, actúan sobre la conciencia de la clase obrera y parte de la pequeña burguesía, explotadora o amancebada, de manera que están favoreciendo una corriente ideológica que pone en cuestión la naturaleza y el carácter de los mecanismos democráticos burgueses debido al divorcio entre su función abstracta (favorecer la libertad de los individuos a través de la participación social y la armonización de los intereses entre las distintas clases sociales mediante la redistribución de la riqueza) y su función concreta (legitimar el sometimiento de la clase obrera a los intereses de la burguesía, propietaria de los medios de producción). Esto ocurre, hasta cierto punto, puesto que esta manifestación no va más allá de la visualización de este divorcio ya que no penetra en las causas económicas que hacen “legítima” la división en clases de la sociedad, ya que desde el punto de vista legal así se recoge en el ordenamiento jurídico.
Es un hecho palpable, que las instituciones burguesas están perdiendo prestigio entre las masas trabajadoras en la medida que se hacen patentes los efectos de la crisis económica. Así mismo, la política institucional burguesa cada vez cuenta con menos apoyo entre las masas al extenderse la corrupción dentro de los partidos que apuntalan el sistema político burgués en connivencia con las empresas privadas participantes del negocio público (llamativos son, por lo publicitado, los casos Gurtel, Bárcenas, o los ERE en Andalucía) como medio de financiación y enriquecimiento de las estructuras y de dirigentes de los principales partidos del sistema.
Insistimos, ello no implica que el sistema económico y político de la burguesía esté abocado a un inminente colapso, ni que el actual ambiente de desconfianza social hacia las instituciones burguesas y sus aparatos político-burocráticos trabaje a favor de una crisis social. No pensamos que el sistema capitalista está a punto de inmolarse. Ello sólo puede ocurrir si existiera una organización política y un sistema ideológico revolucionarios estrechamente ligados a los intereses de las masas trabajadoras y enraizados los movimientos sociales y que pusiera en cuestión los cimientos de la sociedad burguesa en la dirección de destruir las relaciones sociales capitalistas.
[...]
Ciertos sectores sociales se impacientan ante el agravamiento de su situación material y plantean luchar contra los efectos de la crisis, viendo exclusivamente su problemática concreta. Esta lucha espontaneísta y parcializada, al no estar ligada a la finalidad histórica del proletariado, aísla cada lucha de las demás sometiéndolas al desgaste del propio movimiento, actuando como una losa sobre los participantes: cada movimiento aborda sus reivindicaciones sin atender a la problemática del conjunto, pensando que es un asunto de cada cual. La conciencia social influenciada por la ideología dominante tiende a luchar contra la crisis actuando sobre sus efectos, como si fuera una desgracia natural que se puede remediar con medidas que contribuyan a la salida de la crisis, recurriendo a la buena voluntad y al empeño del gobierno de turno.
Si frente a esta ideología dominante, no se posee un sistema ideológico alternativo que represente a los intereses de las masas explotadas y se sustente en una concepción materialista y dialéctica del desarrollo de la sociedad, no se puede comprender que la crisis económica capitalista existirá mientras existan las relaciones capitalistas de producción, mientras exista la producción de plusvalía y el trabajo asalariado dependiente del capital. No se puede llegar a entender que la crisis económica capitalista es, por un lado, la manifestación necesaria del funcionamiento dialéctico del capital, es decir, de la contradicción antagónica que se desarrolla en el capital entre el carácter social de la producción, expresado como desarrollo de las fuerzas productivas, y de la apropiación privada de la riqueza creada, expresada como acumulación de capital que tiende a destruir fuerzas productivas, debido al carácter privado de las relaciones capitalistas de producción. Es, por otro lado, condición necesaria del funcionamiento dialéctico del capital, esto es, la forma social concreta en que se desenvuelve esta contradicción que hemos señalado anteriormente. Por eso cada crisis económica no es un fin en sí mismo, sino una etapa en el desenvolvimiento y desarrollo general del capital (depurarse y reestructurarse sobre una nueva base), una etapa en el ciclo de existencia y reproducción del capital. Querer eliminar las crisis económicas en el capitalismo es como querer eliminar la luz en el sistema solar, es simplemente ¡Imposible!. Por contra, concebir la crisis económica desde el punto de vista de condición necesaria del funcionamiento dialéctico del capital es percibir acertadamente que el capitalismo tiene capacidad económica para superarla, lo cual implica que su destrucción no deviene por un colapso interno, de un derrumbamiento de sus propios mecanismos, sino que tiene que venir de la existencia y empuje de una fuerza externa a su estructura, de la lucha de clases que tiene que ejercer el proletariado para superar el capitalismo como organización social caduca en la actual situación histórica.

Lo mismo ocurre con la corrupción económica, ya que no puede ser comprendida por el mero hecho de existir de una manera cruda y sangrante. La corrupción económica no es un fenómeno genuino del capitalismo, puesto que también se da en otros modos de producción, como así ha ocurrido en el socialismo. La corrupción económica, esto es, recibir prebendas de particulares o apoderarse de bienes de la colectividad por los servicios prestados, no puede eliminarse o mitigarse con simples medidas jurídicas, puesto que ello depende del poder de la sociedad ejercida por una casta de dirigentes separada de todo control de las masas trabajadoras: ello está claro en el capitalismo, el poder está en manos de la burguesía por la división social de la producción y es delegado por esa clase en unos gestores para que administren la sociedad en su nombre e intereses de clase, dando la oportunidad a esos gestores para corromperse por los servicios prestados.
En el socialismo esto no está tan claro, pues aunque aparentemente el poder está en manos del proletariado, en gran medida y hasta el desarrollo pleno de las relaciones socialistas de producción, una corte de burócratas, técnicos y oportunistas son los que detentan los medios de producción, las riendas del Estado y el poder social efectivo. Si a esta casta no se le controla socialmente, es decir, no se le somete al control político de las masas, a la dirección económica de las relaciones de producción y a la dirección del proceso socialista hacia el comunismo, la corrupción estará servida.
Estos dos fenómenos sociales, crisis económica y corrupción económica generalizadas están despertando entre las masas obreras una corriente de repudio hacia los partidos parlamentarios, con más rechazo a los partidos de mayor protagonismo de gobierno pues no dan alternativa a sus reivindicaciones económicas y a su concepción democrática de participación dominada por el concepto burgués de igualdad de oportunidades. Este rechazo va tomando cuerpo mediante la articulación de un proyecto político heterogéneo que recoge estas aspiraciones preñadas de ideología burguesa, aunque formalmente equidistante de los grandes partidos y sindicatos oficiales del sistema. Y esto ocurre así por dos razones: el movimiento económico está desplazando parte de los intereses políticos hacia fuera de la estructura del sistema tradicional al no estar representados esos intereses en el momento actual. Este desplazamiento político se articula en estructuras “nuevas” desde el punto de vista organizativo pero se integra política e ideológicamente en el sistema por la influencia que ejerce sobre sus dirigentes y sus representantes de marcada ideología burguesa, su seña de identidad es el democratismo burgués y su odio hacia toda noción comunista e ideología marxista. La otra razón es la inexistencia de un movimiento comunista.
Ciertos dirigentes ligados a la intelectualidad, a la pequeña burguesía explotadora y al revisionismo patrio trabajan para articular un proyecto político que sea lo suficientemente atractivo con el que ganarse la simpatía y confianza de amplias masas “ciudadanas” con el objeto de conseguir sus votos en las próximas elecciones generales, autonómicas o locales. Se pretende construir un Frente Electoral para competir con los partidos tradicionales, a los que consideran parte del problema, no de la solución. Estos dirigentes y sus proyectos políticos y sociales no cuestionan el sistema económico y político, a lo sumo persiguen un timorato cambio de modelo productivo y de sus opacas formas de actuación institucional, que proponen erradicar por medio de una regeneración democrática, que ellos impulsarán con el apoyo de la “ciudadanía” indignada.
Los distintos representantes de estas plataformas apuestan por un programa regenerador y democrático, que ya está elaborado, simplemente basta aplicarlo: son los Derechos Humanos, preceptos universales pisoteados por los gobiernos nacionales a instancia de los organismos internacionales que actúan a las órdenes de las redes tejidas por las multinacionales. Como dicen, nacen para defender y limpiar los canales tradicionales de la vieja democracia burguesa, instituciones que consideran válidas pues representan la soberanía popular, aunque viciadas por una ley electoral arcaica que impide la igualdad de oportunidades y la ventilación de los filtros democráticos, y permitiendo así la corrupción de los partidos elegidos democráticamente.
Como podemos observar es el viejo proyecto de la burguesía progresista que se enfrenta al sistema feudal, la idealización y filantropía de la burguesía emprendedora que considera al ciudadano burgués como el centro de la acción política social y a la democracia como el instrumento para conseguir la participación ciudadana en pos de la redistribución de la riqueza, eso sí, dejando a un lado intacto, las condiciones y leyes de la producción, cambio y distribución burguesas, que como todos sabemos se rigen por la explotación del trabajo asalariado. Desde aquí, les decimos a dichas asociaciones que en esa línea, la tarea resulta harto difícil, que, puesto que no se piensa en transformar la sociedad sino en hacerla “más equitativa” dentro de los cauces capitalistas, sus propuestas pueden contar con el beneplácito y la simpatía de la burguesía emprendedora, la pequeña burguesía y la aristocracia obrera, que sus concepciones de la vida son tan mezquinas como las de la mediana y gran burguesía, por más que lleguen al auto-convencimiento de que la igualdad es posible en el capitalismo. Que incluso es posible por la buena voluntad de los gobernantes, si así se lo proponen. ¡Cuánto daño han hecho estas palabras, cuantos muertos ha causado por no tener en cuenta los fundamentos materiales de la realidad histórica y de la lucha de clases!
¡Cuán ingenuos los promotores de estas asociaciones y qué candorosa forma de concebir las relaciones sociales! Algunos de ellos viejos desertores de la lucha del proletariado por su emancipación, que se reconvierten, a la vejez, en agentes de la burguesía para dar credibilidad moral a sus pretensiones de defensa del una idealizada “democracia real” que ven amenazada por la corrupción generalizada del “capitalismo salvaje” y “especulativo”, convertido en verdadero azote de la Humanidad, mientras anhelan retornar al capitalismo “productivo” y “civilizado” del estado del bienestar, reformado sobre una base moral, todo ello sin comprender cómo opera realmente la sociedad burguesa, y por qué sus leyes se imponen inexorablemente a los personas sin que puedan sustraerse a ellas individual o colectivamente, por mucho que lo deseen.
2) Los Derechos Humanos son un sistema moral que brota de las condiciones de producción burguesa
Pero dejemos, por ahora, esta crítica a los animadores de dichas iniciativas y centrémonos en su programa electoral. La declaración universal de los Derechos Humanos está construida sobre unos valores eternos y universales, ajenos al tiempo y al espacio que los hicieron nacer, puesto que pervivirán a todas las etapas históricas y sociales del ser humano. Está elaborado, por tanto, a modo de un pensamiento esquemático que envuelve a toda relación social, que la considera deudora de ella (al revés de como ocurre en la realidad social, es decidir, las ideas y conceptos que nos hacemos de las cosas es un  reflejo de las condiciones de producción).
Lo cierto es que se suscribió a mediados del siglo XX por la Asamblea General de la ONU, lo que nos indica que fue elaborada después de que el capitalismo se hubiese desarrollado hasta su fase imperialista y que las revoluciones socialistas de la URSS y China se hubieran realizado como forma de destruir el capitalismo. Está escrito a modo de un gran sistema moral, articulado sobre la base de un principio universal de justicia que defiende y justifica la existencia y pervivencia del capitalismo e intenta contrarrestar el empuje de las ideas comunistas que proclaman la eliminación de las clases sociales.
La Declaración de la Derechos Humanos como sistema moral y político universal descansa sobre tres principios fundamentales del pensamiento burgués: libertad, justicia y paz. Decimos burgués porque, como todos sabemos, tales principios no son inmutables e imperecederos sino que cada sociedad los adapta a sus condiciones de existencia con la finalidad de que los individuos se comporten de acuerdo al rol que realizan, ejecutando y reproduciendo sus funciones en el contexto de la clase a la que pertenece desde el punto de vista económico, es decir, que asuma su función social como lógica y legítima. A continuación veremos el contenido que le otorga la Declaración de los Derechos Humanos a los principios y derechos en correspondencia con las condiciones de producción que le preceden, por más que éstas se oculten en el juego de palabras plasmadas sobre un papel.
A la pregunta de ¿qué es una verdad eterna? la respuesta es muy concreta, por más que se complica innecesariamente de manera interesada: pues la que sirve para toda condición social e histórica, abstrayéndose y situándose por encima de las mismas.
Pertenece al mundo del pensamiento moral y del derecho que lo acompaña, los cuales conforman el mundo natural y social. Para los defensores de esta manera de razonar hay dos mundos bien separados: el lógico, situado en el pensamiento, creador de las verdades, y el sensible, situado en el exterior, lugar en donde se desenvuelves las cosas del mundo sensible.
El primero, el del pensamiento, tiene sus propios principios que aparecen como verdades eternas e imperecederas pues se rige por el criterio de la razón. A este mundo pertenece tanto la ciencia como la moral y el derecho, ya que no están sometidos al caos de la realidad sensible ni a la confusión que pueda derivar el azar. El pensamiento burgués interpreta que la realidad es una copia del concepto, al que considera superior; por eso, le da el carácter de soberanía al pensamiento sobre la realidad material, cuando se trata de lo contrario, es decir, la producción del pensamiento parte de la realidad material para determinar el contenido de su producción, determinando que es un reflejo más o menos científico de la realidad en la medida que comprenda y reproduzca en el pensamiento las condiciones y el desarrollo de la realidad a través de sus contradicciones internas. De lo contrario, la realidad sería una marioneta del pensamiento, que se acomodaría a su arbitrariedad e interés de las personas que ejercen su pensamiento.
En el sentido materialista de concebir la relación entre el ser y el pensamiento está la clave para comprender que las verdades están sujetas a la realidad y a su desarrollo histórico-natural, es decir, a la producción social y a la lucha de clases que de ello se deriva. ¿Es una verdad eterna e inmutable que la moral sobre el matrimonio sea la unión entre el hombre y la mujer? No, en todo caso se tendría que decir que es una verdad eterna para la reproducción, pero nada más, aunque ello queda obsoleto con el avance de la ciencia y su aplicación práctica, cuando descubre que la reproducción no está sujeta al estado moral del matrimonio, pues se puede procrear a través de la reproducción asistida. ¿Es otra verdad eterna e inmutable que dice que toda producción material es mercancía como sostiene el derecho laboral? No, en todo caso se tendría que decir que para que ello sea eterno se tendría que producir eternamente para el cambio, pues cuando no sea así la mercancía y, con ello el valor, dejará de existir. Existirá valor de uso, pero no valor.
Las verdades de la moral y del derecho son como todas las verdades, relativas y ajustadas al desarrollo de la realidad que le da contenido. Afirmamos que toda teoría moral es fruto de las condiciones de producción en que se desarrolla y, por tanto, no es única sino diversa, tanto como clases sociales hay presentes en la lucha entre ellas.

Los principios
La libertad
Engels, en su Anti-Dühring, señala que Hegel fue el primero que definió correctamente la libertad, al definirla como la comprensión de la necesidad. Ejercer la libertad es actuar conforme a las leyes de la naturaleza y de la sociedad de acuerdo a ciertos fines determinados. [Lembrando que Mao reformula tal poição em 1964: “Engels habló de la necesidad de trasladarse del reino de la necesidad al de la libertad, y dijo que la libertad es el reconocimiento de la necesidad. Esta frase no está completa, solamente dice la mitad y deja lo demás sin decir. ¿basta sólo comprender para ser libre? La libertad es la comprensión de la necesidad y la transformación de la necesidad. Hay que hacer algo de esfuerzo...”] La libertad, determinada por el conocimiento de la realidad, es un producto del desarrollo histórico y, por tanto, en las sociedades divididas en clases y de la lucha entre ellas, en el sentido que no es un principio absoluto, eterno e intemporal, sino concreto, dependiendo de los intereses y finalidad de cada clase en cuanto a su lugar en la estructura social de cada época histórica. En este sentido la libertad de la burguesía no tiene nada en común con la libertad del proletariado, aunque el código civil los asimila no en cuanto a su finalidad sino en cuanto a sus distintas funciones en la relación social. Lo que se deriva de ella es otra cosa en cuanto en la libertad.
La libertad económica burguesa consiste en la libre voluntad de acuerdo a los fines de la relación capitalista: la compra y venta de la fuerza de trabajo, la compra y venta de mercancías, etc.
La libertad política burguesa es la de la libre voluntad de acuerdo a los fines de la relación burguesa: la sociedad es el conjunto de los individuos que se organizan de acuerdo a preservar el bien común: la propiedad privada capitalista como origen de la prosperidad capitalista y la voluntad popular capitalista como origen del sometimiento de la minoría a la mayoría por medio del sufragio universal.
Así pues, en el concepto burgués de libertad no tiene cabida el conocimiento de la realidad en que se debe apoyar la libertad sino en el sometimiento de la voluntad a las leyes de la sociedad que dan carta de legalidad a la voluntad de explotar y oprimir. Esto es lo que sanciona con gran pompa la Declaración de los Derechos Humanos.
 La justicia
La justicia busca que se cumpla la igualdad entre los seres humanos, que son iguales en tanto que humanos, unas voluntades que persiguen el mismo objetivo: la felicidad. La igualdad entre los seres humanos reside en la finalidad que se persigue de acuerdo a la voluntad que es soberana: ser feliz, lo cual es muy loable pero encuentra impedimentos para que se realice: por la sencilla razón que no todos pueden ser felices porque no todos son iguales. Unos son altos y otros bajos, unos jóvenes y otros viejos, unos listos y otros no tanto, unos laboriosos y otros menos, unos ricos y otros pobres, etc. La igualdad, en este sentido, es un resultado y no un presupuesto.
La justicia intenta subsanar esta desigualdad al aplicar la ley. Con ello se borra todo tipo de injusticia que pueda existir por la acción desigual de las personas ¿Pero de quién proviene la justicia? No puede ser de las personas, que son desiguales, sino de algo superior a ellas: del Estado, que aplicando la ley establece la igualdad de la desigualdad. Pero la ley no hace sino juzgar y sancionar lo que se da en la realidad social, remedia sus conflictos y establece la relación de fuerzas sobre la base de la interpretación de la ley sin juzgar la naturaleza y condiciones de la relación social, de la cual la ley es uno de sus productos. El capitalista cumple la ley pagando el valor de la fuerza de trabajo, el proletario cumple la ley trabajando las horas convenidas por convenio a pleno rendimiento. Si alguna de las dos partes no cumple lo estipulado se rompe la igualdad legal que la ley sanciona.
El revisionismo da un paso al frente reclamando la igualdad social, que repara la desigualdad a través de la redistribución de la riqueza creada pero sin eliminar la relación social. Dicen: eliminemos los privilegios de clase pero sin eliminar las clases sociales, que es lo que el proletariado persigue: eliminar la desigualdad social, es decir, la propiedad privada capitalista y el trabajo asalariado asimilado a ella.
La paz
La paz es considerada por la ONU como la categoría suprema de la Declaración de los Derechos Humanos, a la que consagra su existencia. Y es así porque interpretan que el ser humano y los distintos pueblos que conforman la sociedad humana tienden a ello por un sentido natural de supervivencia. Es paradójico que así se piense, cuando el régimen social de producción, sobre el que está edificada la estructura de las Naciones Unidas, tiende de manera “natural” hacia la guerra por la propia evolución y desarrollo del régimen capitalista de producción, adoptándola como modo de resolver los conflictos entre los distintos Estados y las distintas clases en oposición. ¿No será que su existencia se debe más a someter a los distintos polos en lucha al interés general de funcionamiento del capital como sistema dominante a nivel internacional, que a crear un clima de entendimiento que favorece los distintos intereses en disputa?
La cosa está clara pues la existencia y dominio de las relaciones capitalistas de producción conllevan, en su desarrollo, los conflictos bélicos. Es la forma que tienen los capitales, de resolver, en última instancia, sus contradicciones para frenar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
También queda claro cómo pretenden infundir entre las masas explotadas la creencia en el pacifismo y la mansedumbre como condición natural de existencia de cualquier tipo de sociedad, inclusive las sociedades divididas en clases, cuando lo que realmente persigue es debilitar la posición ideológica del proletariado de que la guerra contra el capitalismo y la consiguiente eliminación de las clases sociales, es la forma legítima que adquiere la contradicción cuando la lucha de clases llega a su punto álgido.

Los derechos
Hemos dejado atrás los principios en donde descansan los Derechos Humanos para abordar a continuación los derechos que de ellos se derivan. Estos derechos están divididos en dos clases: los individuales, los relativos a su exclusiva persona, y los sociales, los relativos a las relaciones del individuo con los demás. Tanto unos como otros están en consonancia con el régimen capitalista de producción, en su versión democrática burguesa, que es la forma considerada como la más estable y productiva para la clase dominante puesto que está regida por la paz social que establecen voluntariamente los individuos a través de las organizaciones que aceptan el marco constitucional.
Estos derechos se desgajan, como hemos apuntado, de los principios ya analizado anteriormente, fundamentos racionales y universales de la sociedad capitalista. Debemos señalar que el capitalismo como régimen de producción está interesado en mantener una fuerza de trabajo en buenas condiciones físicas, psíquicas y económicas para que rinda a satisfacción de los intereses del capital (produciendo trabajo excedente) y satisfaga sus necesidades sociales mediante la compra de las mercancías producidas por el capital (realice su función de consumidor). No es lo mismo un obrero con capacidad adquisitiva que arruinado, con un salario que apenas puede adquirir la estrictamente necesario para reproducirse. No es lo mismo un obrero sano, con vivienda, tiempo libre y formado, que una fuerza de trabajo malnutrida y con poca resistencia física o con problemas psiquicos para trabajar a pleno rendimiento.
Pero esto entra en contradicción con las reglas que establece la acumulación de capital, que tiende a empobrecer la vida de la clase obrera por la necesidad del aumento de la cuota de plusvalía, con lo que disminuye el salario individual y social. En esta tendencia se mueve el precio de la fuerza de trabajo que negocian la patronal y los sindicatos para imponérselas de manera generalizada a los trabajadores (salario base, convenios, etc.) Las condiciones generales ideales se truecan en su contrario, condiciones deplorables, por el carácter capitalista de la producción que es lo que en última instancia determina la marcha de las condiciones de la producción.
Veamos detalladamente estos derechos…
Derechos individuales:
El derecho a la vida.
¿Cómo la vida va a ser un derecho si es la forma de existencia de la materia? (su movimiento). ¡valiente tontería! De una tautología se quiere derivar una verdad absoluta. Ello se puede considerar un derecho. Si se está pensando en los no nacidos, es decir, el derecho de estos por nacer sin interferencia de nadie: condena explícita al aborto. De otra manera es una tautología porque la vida consiste inevitablemente en vivirla, en el caso del ser humano, en desarrollar las condiciones físicas y psíquicas de que se compone la vida hasta que cesa. Sin reproducción de la fuerza de trabajo no hay producción y, por tanto, explotación, es decir, la forma económica típica de las sociedades divididas en clases.
Para la burguesía el derecho a la vida transmite el derecho a ejercerla en libertad ¿De qué libertad se habla? Se es libre cuanto se actúa de acuerdo a ley. Según esta concepción, el criterio de la libertad lo establece la ley (más concretamente el consenso social que es la que le da legitimidad a la ley) y como la ley es ciega, también lo es la libertad. Para el materialismo dialéctico la ley no tiene nada que ver con la libertad, que está relacionada con la necesidad, pues son dos cosas, incluso opuestas: la ley pertenece a la esfera del comportamiento social a priori, determinado por la legalidad, y la libertad pertenece a la esfera del comportamiento social a posteriori, determinado por el conocimiento de la realidad, es decir, por el conocimiento de la materia y la actividad del ser humano por comprenderla y transformarla.
Para la burguesía el derecho a la vida implica el derecho a casarse y fundar una familia, es decir, al núcleo burgués de reproducción de la fuerza de trabajo. Sin la familia burguesa sería imposible la reproducción burguesa, como hemos dicho anteriormente.

El derecho a la propiedad
Este derecho es el central de la Declaración, pues de ello se deriva la organización de la sociedad y el papel de los individuos en ella. La Declaración no es rigurosa con los conceptos que emplean, pues lo que trata es de ocultar su contenido real sustituyéndolo por generalidades que no aclaran nada o que se sitúan en la idea vulgar que se tienen de ellos.
Tal como está recogido este derecho es otra tautología, puesto que la propiedad conseguida mediante el esfuerzo propio, con el propio trabajo a cada uno le pertenece. Eso lo saben hasta los niños de teta y los que así se comportan: esto es mío, luego me pertenece. Pero en realidad lo que trata de decir es que la propiedad privada capitalista es un derecho.
La propiedad hay que analizarla desde dos puntos de vista: desde lo jurídico y desde lo económico. Desde lo jurídico es la capacidad para disponer sobre una cosa para su uso y consumo personal. Desde lo económico es la capacidad para disponer de una cosa para su uso y consumo económico. Esta última capacidad de disponer de la cosa viene determinada por la relación social de que pueda ser usada a través de la compra y venta de medios de producción como medio de producir riqueza: capacidad para explotar fuerza de trabajo. En la propiedad capitalista la capacidad económica es lo determinante puesto que es la que permite producir plusvalía y acumular capital para la compra de fuerza de trabajo, planificación del proceso de producción y apropiación de la plusvalía, que lo jurídico sanciona como legal. La propiedad capitalista es la capacidad para explotar fuerza de trabajo ajena, que es lo que verdaderamente está sancionado legalmente como un derecho.
El derecho a la libre circulación de personas
La libre circulación no es un derecho, sino una necesidad del régimen capitalista de producción porque promueve el desplazamiento tanto de mercancías, de capitales, como de fuerza de trabajo para satisfacer las necesidades de la producción en los centros, sectores y naciones que así lo demanden. Con respecto a la fuerza de trabajo es conocido que se promueven grandes desplazamientos a través de las migraciones, contrayéndose o dilatándose la demanda dependiendo del desarrollo de la economía.
El derecho al trabajo
Tampoco es cierto puesto que la ocupación productiva de la fuerza de trabajo es una necesidad del capital. También sabemos que es la manera como se produce la plusvalía en el capitalismo: explotando fuerza de trabajo. La ocupación de la fuerza de trabajo depende de la marcha de la economía pues debido al carácter capitalista de la producción, la ocupación está determinada por su rentabilidad en cuanto tiene que crear para su reproducción además del excedente que se apropia el capitalista gratuitamente.
 El derecho a la salud y a la educación
La educación y sanidad tampoco son un derecho sino una necesidad de la producción debido a que el proceso productivo necesita planificar las condiciones óptimas para que la fuerza de trabajo esté apta para producir más y en las mejores condiciones. Necesita una formación mínima y unas condiciones sanitarias favorables por la complejidad del proceso productivo capitalista, que no se puede parar debido a circunstancias ajenas a la producción.

Derechos colectivos:
El derecho a la libertad de pensamiento
El derecho a la libertad de expresión
El derecho a la libertad de reunión y manifestación
El derecho a elegir a sus representantes
Todos los derechos colectivos están enmarcados en el desarrollo del concepto de libertad individual que hemos expuesto anteriormente, tomando cuerpo como libertades democráticas. Estos derechos tratan de regular los múltiples derechos individuales y de clases en una finalidad común: el progreso social, eufemismo que esconde su la verdadera intención, la acumulación de capital.
Estas libertades colectivas crean la sensación de democracia, proyecta sobre la conciencia social de que en realidad todos somos iguales pues tenemos la oportunidad de expresar nuestra opinión y conformar mediante el sufragio universal la dirección de la sociedad, expresión de la soberanía popular.
A través de las categorías y prácticas democráticas es cómo la burguesía va imponiendo y legitimando su poder político y su proyecto de sociedad como el de todos, ya que va dando sentido de normalidad y universalidad a las prácticas sociales, las mismas que reproducen las funciones y roles que le destina a cada clase social el régimen de producción.
El derecho a manifestación, reunión y elección están sujetas a las normas y leyes del ordenamiento jurídico que reconocen la lucha por la defensa de los intereses individuales pero para reclamar reformas o mejoras del sistema, nunca para ponerlo en cuestión y menos para sustituirlo.
A tenor de los hechos, está meridianamente claro que estos nuevos-viejos demócratas reconvertidos, radicales en cuanto a su forma pero conservadores en su contenido, no tienen otra misión que limpiar los desagües del sistema democrático burgués para darle más lustre, carta de legitimidad al sistema de producción capitalista al introducir pequeños retoques como la concepción democrático-cristiana (intercambio justo) en los procesos de producción.

Es una versión humanista del sistema capitalista, con sus buenos y malos, considerando las relaciones mercantiles como dependientes de la voluntad de los individuos, y de un Estado que funciona como instrumento de redistribución de la riqueza creada (revisionismo). Esta corriente tiene abonado el terreno para ganar adeptos, tanto por la parte del electorado que apoya a los partidos tradicionales de “derechas” e “izquierdas”, hastiados del comportamiento de éstos entregados al no disimulado reparto del botín que le ofrece el sistema parlamentario como pago al mantenimiento de la sociedad capitalista, como asi ocurre con algunas organizaciones marxistas que no cuentan con presencia ideológica y política en el terreno de la lucha de clases.
Resulta absurdo dedicarse a buscar atajos pensando que la revolución vendrá por sí sola, que caerá como una breva madura, cuando las masas no aguanten más su penosa situación, y no tendrán más remedio que abrazar la dirección política redentora, o bien imaginar que mediante un proceso natural de la evolución social, por la acción democrática de los “ciudadanos” se irá modulando el proceso que producirá el cambio.
Abrigar tales esperanzas no es comprender el desarrollo histórico basado en la división en clases de la sociedad, donde todas las revoluciones sociales que se han producido, se debieron, sin ninguna duda, a la acción consciente de las fuerzas que las impulsaron, incluyendo la acción armada para desplazar las antiguas fuerzas en que descansa el viejo orden nacido de las condiciones de la producción material.
El momento actual está situado en la etapa de dominio de la burguesía sobre el proletariado en todos los terrenos, debido a la marcada debilidad política de los comunistas, fruto de sus propias contradicciones internas, las cuales deben ser estudiadas con detenimiento, especialmente en lo que respecta a la influencia que el reformismo y el revisionismo ejerce sobre las masas obreras. Lo cierto es que la ideología comunista no tiene una presencia activa en la lucha de clases, sino que está reducida a núcleos dispersos que se reclaman partidarios de la revolución proletaria. Estos núcleos trabajan con grandes dificultades para asimilar en profundidad la teoría marxista y su papel en la lucha de clases desde los intereses del proletariado, haciendo labores de propaganda e intentando articular un proyecto revolucionario entre ellos. Ante tal cúmulo de tareas, la de construir un nuevo partido revolucionario puede parecer para algunos un asunto sin excesiva urgencia, motivado, entre otro, por la debilidad de las fuerzas, pero es sin embargo una necesidad objetiva, imprescindible para poder avanzar en la lucha por la revolución socialista. Hay que comprender que esta tarea no es un hecho puntual sino resultado de un proceso que debe cubrir toda una etapa histórica, la primera etapa de la lucha hacia el comunismo.


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